El leonés como lengua histórica
Guía Turística León
Cuando viajas a León, lo primero que escuchas es castellano. Lo segundo, probablemente, sea el silencio de sus montañas. Pero si prestas atención, muy de vez en cuando, en un mercado, en una aldea o en un bar de los de siempre, el aire trae palabras que no son castellanas ni asturianas. Son del leonés, una lengua que parece vivir entre las grietas del tiempo.
El leonés no es un invento moderno ni un capricho cultural. Es un idioma que floreció en la Edad Media, cuando el Reino de León tenía sus propias leyes, reyes y hasta su propio latido lingüístico. Fue lengua de cancillerías y de poetas, de campesinos y de monasterios. Hoy, sin embargo, es una lengua que sobrevive como un viajero discreto: poco visible, pero siempre presente.
Para el turista curioso, el leonés es más que un dato histórico. Es una experiencia. Algunas rutas culturales ofrecen talleres, canciones y hasta visitas guiadas donde se recuperan palabras antiguas: «llingua», «prao», «filandón». Cada una suena como si llevara siglos esperando a ser pronunciada de nuevo.
En comarcas como El Bierzo, Laciana o Babia, aún se escuchan expresiones vivas en leonés, sobre todo entre los mayores. Para muchos visitantes, oír esa lengua por primera vez es como abrir un cofre medieval escondido bajo el ruido del siglo XXI.
La relación entre lengua y turismo es clara: quien busca en León más que monumentos y tapas encuentra un patrimonio inmaterial que sorprende por su fragilidad y su belleza. La Catedral de León impresiona por sus vidrieras, sí, pero escuchar un filandón contado en leonés en una casa de pueblo tiene otra luz, otro color y otra forma de quedarse en la memoria.
El leonés no se enseña en todas partes, ni lo hablan multitudes, pero justamente ahí reside su encanto: es un tesoro para viajeros atentos, un secreto que el territorio aún susurra a quienes saben escuchar.
Porque en León, además de arte gótico y botillo berciano, hay una lengua que sigue recordando que la historia también se habla.